lunes, 17 de mayo de 2010

NOSTALGIA ROCKERA


El último fin de semana me enviaron desde Piura un recorte periodístico publicado en el diario “Correo” de esa ciudad. Se trataba de una crónica al grupo de rock “Ensamble”, muy popular en la década de los 90 y del cual formé parte cuando me iniciaba en el mundo de la música.

Eran las épocas de escuchar la buena música en cassettes, el disco compacto era casi una utopía, para ello sólo bastaba un walkman con pilas Everyready y, si había suerte, una grabadora Sanyo o International doble casetera con ecualizador manual. Eran tiempos del colegio, de la secundaria, de la hora adelantada, de los colectivos “verdes” y “rojos”, de las huidas a un “agachadito” para tomar chicha acompañada de un ceviche cuando no te dejaban entrar al colegio por no pagar la pensión, de las fiestas con pantalla gigante y de los quinceañeros donde no conocías a la agasajada. Pero también era la etapa donde el rock sacudía espíritus, renovaba almas, enseñaba música, originaba amistades, pero sobre todo te hacía sentir vivo.

Recuerdo que fue mi gran amigo y promoción del colegio San Ignacio de Loyola, Nelson Balarezo quien me propuso ingresar al grupo “Ensamble”, ellos ya tenían un tiempo tocando el buen rock de El Tri, Maná, Soda Stereo y uno que otro tema propio, sin embargo mis inicios musicales, centrados en la onda subterránea y metalera, impidieron acompañarlos en esa etapa.

Lo delicioso de esos tiempos era la uniformidad con la que compartíamos la música. Era tan intenso apreciar en el Parque “Tres Culturas” adolescentes sentados en las bancas y en el piso, con su guitarra de palo, entonando una afinada melodía. Eran los instantes donde el verdadero músico nacía y se hacía.

A partir de ese momento aparecieron diversas bandas de rock, que se sumaban a las que hacían y dejaban escuela como “Febrero 30”, “Diáfano” o “Sangre Verde”. Fue así que nació mi primera banda rockera: “Quién”, conformada por amigos del colegio, sin embargo, por una cuestión de logística, es decir, no teníamos instrumentos, decidimos separarnos. En esa transición musical, pude ingresar a “Ensamble”, convencido de lo que podía hacer, me sume a ese grupo de grandes músicos como John Mendoza, el hombre orquesta de Piura y Ricardo Parra, baterista por antonomasia. Nos reuníamos y ensayábamos en la casa de Nelson, en realidad casi “vivíamos” allí, era una suerte de ágora de la música, en donde el único requisito era vivir la música. El tiempo no importaba, el desayuno o el almuerzo tampoco, lo importante era cuadrar los temas, pulir acordes y sentir la música.

En realidad fue una época que, para quienes también la vivieron, no dudarían en volver hacerlo. Y es que es muy difícil olvidar el intercambio de cintas de audio y video de nuestros grupos favoritos en el cole, el encender la radio y encontrarse con la voz de “El abuelo Miguel”, Federico Moura, Miguel Mateos, Kurt Cobain o Andrés Dulude. Cómo no querer volver a vivir fines de semana diferentes y cargados de rock en las terrazas del Tony´s en Miraflores, escuchando las bandas del momento que nos enseñaban que el rock sí es cultura.

Perdonen si me pongo nostálgico, pero debo reconocer que la música, los libros, el cine y los animales son los únicos que pueden despertar ese sentimiento en mi persona. Sentimiento que despierta cada vez que recuerdo lo que la música me dio. Y es que, una vez separado “Ensamble”, inicié un gran proyecto con los anteriores músicos de “Quién”. Nutridos de experiencia, más música y muchos sueños, formamos H2ron, banda de la que sólo puedo decir, nos enseñó a comprender la verdadera naturaleza de la música.

Fue muy difícil aceptar que nunca más escucharíamos, en conjunto, los redobles y destiempos antojadizos de Koky; la melodía no más que perfecta de los teclados de Gerardo; la innata y celestial magia que desprendía la guitarra de Nacho; la pasión en las voces versátiles de Fabián y César; y el sonido de mi bajo que hacía palpitar los corazones en cada síncopa.

La música es más que un sentimiento, más que una pasión, es tal vez un estilo de vida o la vida misma y, quizá, sólo pueda ser comprendida por quienes la sentimos y vivimos. Y si pues, resulta complicado vivir sin una parte de tu alma, por ello es que después de esta fase, decidí recuperar esa parte del alma con otros grandes amigos, Daniel, Gerardo y Manuel. Por un momento, dejamos de lado lo estridente y recargado, para pasar a una especie de filosofía musical, una catarsis de acordes y cadencias que sólo la música trova te permite.

Después de todo lo vivido, no me arrepiento de nada. De aquellas noches sin dormir por sacar los acordes de una canción; de invertir el poco dinero en más música; de dormir en un escenario junto a los instrumentos en una playa; de trasnochar en un parque porque la movilidad nos dejó o nos abandonó; de caminar por las calles con nuestros instrumentos buscando una discoteca donde tocar; de tocar gratis; de postergar momentos junto a la familia porque quieres vivir más. Después de todo esto, puede reafirmar lo que dijo el filósofo alemán Nietzsche: “La vida sin música sería un error”.

2 comentarios:

Ricardo Parra dijo...

Estimado amigo, me ha gustado mucha esta semblanza y más aún siendo tu parte de esa historia. Mi amigo Enrique Villegas es un artista prolífico y versátil con el cual este humilde servidor tuvo la suerte de compartir un buen y gran lugar en el tiempo.

Anónimo dijo...

Los mejores años del Rock en PIURA, un sin igual de emociones, ensayos, tocadas en discotecas, presentaciones y entrevistas en las radios y los conciertos en la playa, pude sentir de cerca esas emociones, que ahora solo queda en el recuerdo de aquellos tiempos...mis mejores tiempos a lado de jHON MENDOZA, RICARDO PARRA, NELSON BALAREZO, JORGE ANDRADE Y ALAN MENDOZA con ENSAMBLE ROCK PIURA.