domingo, 22 de junio de 2008

MATÍAS LO MIRÓ Y MIRO RUÍZ LO MATO

La radio nos contaba una vez más la crueldad humana, su inmediatez nos acercaba por enésima vez a la cruenta convivencia del hombre y a su sed exacerbada de poder, mientras que su instantaneidad nos hacía atisbar un futuro atestado de aquella necedad histórica creada por Dios: El Hombre.

El reloj marcaba la 1 y 30 de la tarde del 22 de mayo. El rotafono de RPP sonaba y al otro lado de la línea, la voz entre cortada de Wendolin Cárdenas, alertaba al mundo de la existencia de alguien, que a parte de asesinar animales, debía también sucumbir a la nimiedad, estupidez y razón, todas humanas, para no arrastrar su insoportable levedad del ser

Una periodista contrariada, escuchaba los hechos, tal vez ella, también compartía sus mañanas y momentos de soledad con aquellos seres que muchas veces nos liberan de la locura y depresión, tal vez aquella tarde, ella pensaba como Wendolin, llegar a casa y dejar que su felpudo amigo le permitiera acompañarlo en un estrellado paseo nocturno.

La tristeza y congoja, dejaban atrás aquella otra lumpenaria realidad, y es que por unos minutos, la política, nuestra política, barraca de indigentes de la moral, circo de otorongos y bufones, dejaba de hacer eco y menos daño en la impostergada esperanza de los peruanos, para relatarnos una secuela más de nuestra esquizofrénica sociedad

Esta vez, y quizá en otro grado de bestialidad, un congresista había asesinado a un Schnauzer de tan sólo 18 meses con tres disparos directos y sin lugar a la duda. Miró Ruiz, individuo acomplejado que por ignorancia de su pueblo fue elegido y llegó a un escaño congresal. Miró Ruiz, elemento de la bien llamada lanada congresal, que cree que por lucir sus coloridos trajes andinos, el Perú y los peruanos dejaremos ser más o menos de esto y aquello. Miró Ruíz, de ideología nacionalista, aquella corriente retrograda, plasmada de serios excesos verbales y retardos mentales. Miró Ruíz, descendiente de la intolerancia, de la enfermedad histórica y tal vez de la triquinosis que dejaron los chanchos de Pizarro.

Y es que a veces me pregunto, si es que Dios no abortó a este mundo como una prueba ulterior a esta. Que me perdone toda mi historia y formación católica – cristiana que he tenido, de la cual aún me queda algo y mucho, pues si Dios existe y creó a los animales, el hombre debe respetar esta creación, pero Miró Ruíz no respetó ni a Dios ni a Matías. Matías, de raza noble, juguetona, incapaz de ensuciar su linaje teutón en el corral de un mendigo de la razón. Matías, compatriota de Ozzy, mi perro, fiel, leal y capaz de arrancarme una sonrisa cuando ha puesto el departamento de cabeza. Matías, de origen alemán como lo fue Nietzsche, quien en 1889 al salir de un hotel en Turín, abrazó a un caballo cuando se percató que su dueño lo castigaba vilmente, para muchos a partir de ahí se originó su locura y su rompimiento con la humanidad, sin embargo pienso que ahí demostró por qué el hombre no es un fin, sino un puente para el superhombre. Matías lo miró y Miró Ruíz lo mato.

En ocasiones dudo, y no logro establecer, si duele tanto ser hombre. ¿Acaso es tan difícil tratar de civilizarnos y vivir en armonía con los animales?, ¿cuesta tanto ser menos miserables y brindar el lado feliz de nuestra infelicidad?, ¿somos tan narcisistas y creemos que somos los únicos en este contradictorio y complejo mundo?, ¿somos capaces de descender aún más en nuestra escala? Creo que sí, y Miró Ruíz se convirtió en el ratón de laboratorio de Schopenhauer, aquel otro gran pensador, nacido en la patria de Matías, y demostró que “La compasión por los animales está íntimamente conectada con la bondad de carácter, y se puede afirmar con seguridad que aquel que es cruel con los animales no puede ser un buen hombre.”

Pero qué buen hombre puede ser un elemento que se escondió y no dio la cara, cuando su tara se volvió más aguda y renegó del mismo Dios, este ermitaño iracundo que portaba armas sin permiso, para asegurar que sus pantalones no se mojen cuando descubran su inocua existencia, aquel asesino del lenguaje que entre alaridos y rebuznos pide perdón justificando que errar es humano, tal vez, pero si hubiera sabido que los animales son de Dios y la bestialidad humana, no sería hoy el ser más nefasto y vilipendiado

Sin embargo, hasta cuándo seguiremos con este pensamiento tan egoísta y tan propio de Descartes, que en su momento planteó que los animales eran unos autómatas complejos, es decir los consideraba máquinas de carne y hueso, sin vida consciente, ni deseos ni emociones. Para él su vida y sus movimientos se realizaban mecánicamente. Pero, acaso el hombre no actúa de igual o peor manera, acaso no viola y asesina a inocentes infantes, acaso no secuestra y pisotea la libertad de sus semejantes, acaso no vende demagogia barata, para luego calcinar las esperanzas con su corrupto y hediondo razonamiento. Bueno, no intento dudar de nada, sin embargo aún debemos creer que nos diferenciamos de los animales por la inteligencia, razón y no se que otras justificaciones megalómanas más, que nos imponen desde siempre para no actuar como verdaderas bestias, y desatar conscientemente todo aquello que encerraba el inconsciente del que hablaba Freud.

En fin, es muy difícil comprender todo ello y buscarle una respuesta lógica. Nuestra sociedad, y me refiero a la nuestra, a la peruana, es muy superflua, cosificada, mediática y separada de la verdadera razón. Aquí las leyes no se cumplen, pues si tuviéramos un real conocimiento del compromiso y, si no es pedir mucho, unas adecuadas autoridades, a este pobre hombre se le hubiera sancionado por atentar contra la ley 27265 - Ley de Protección a los Animales Domésticos y a los Animales Silvestres mantenidos en cautiverio, la cual en su artículo 17 es muy específica: “Nadie puede disponer de la vida de un animal sin autorización de su dueño, excepto por mandato judicial o por intervención de la autoridad sanitaria o municipal o de las instituciones de protección debidamente acreditadas”

Pero en el Perú no existen ni las leyes ni la justicia, sólo un remedo de gobernantes que nos exigen rendirles pleitesías a su “bien creado” crecimiento económico y no atender la muerte de un animal en manos de alguien que fluctúa entre el ser y la nada. Tal vez sea mejor así esta acelerada involución de nuestra especie, hasta llegar a un punto en donde se le enseñe al hombre a ser civilizado y pueda lograr una equilibrada convivencia con los animales.


“En lo que más nos diferenciamos de los animales es en nuestra posibilidad de sentir complejos, sea de superioridad, de inferioridad o de identificación”

Fernando Savater

domingo, 18 de mayo de 2008

PRESENCIAS Y SOMBRAS FÚNEBRES

EL INVIERNO DE UNA AUSENCIA

Tengo frío y no tengo cuerpo que me abrigue, la noche aparece y tiemblo con sus delirios.
Me escondo entre escombros del pasado, me siento solo y los recuerdos se disipan en el dolor de la luna.
La soledad exhala una nostalgia, dura y perdida. Mientras el tiempo se pierde entre laberintos de olvidos.Tengo frío y nunca estuviste aquí, sólo mi llanto, mi lamento y un canto de madrugada.

Vendo mi inocencia a una desconocida presencia, ella se presenta y me enseña a andar.
Descubrí un espacio vacío entre los dos, cuando por fin creí conocerla.
Unas voces se prolongan entre su encanto y un majestuoso Dios aniquila su llegada.
Tengo frío y aún sueño soñar contigo… ¿Serán los colores de tu extraña magia o el halo de un cielo decrépito?

Mi suerte esta echada, las gaviotas caen muertas en tu playa insensata, el olor de tus aguas, negras y dulces, muestran un doble camino, sin almas ni pasos.
Recorro un desierto baldío, con cruces, piedras y espasmos... el sol se ausentó y jamás ya nadie lo vio. Tengo frío y estoy sentado en una cárcel vieja y tiesa. Sólo veo la luz tenue de un futuro sin presente.

Mi ventana recoge una realidad tan irreal, mis ojos la pintan y secuestran tu imagen en sus paredes. Una tormenta oscura de ideas se alza en mi mente, me sume entre ensueños y quimeras. El jardín de afuera me espera y salva mi inspiración.

Ya no se quien soy, me hundo entre redes y ciénagas de incertidumbre, son sólo sombras que nacen de un mar de cenizas. Tengo frío y nunca llegaste, pero ya no estoy solo, su cansada osamenta me envuelve y quizás mañana me sentiré bien.

NOSTALGIAS Y FRANQUEZAS

INVIERNO

Es invierno, las hojas secas han inundado el jardín de mi espera y caen como gotas de cristal sobre el umbral de una ventana solitaria. Las aves marchan tristes, su vuelo es frío, cansado y sienten casi ahogarse en la inmensidad de este cielo gris, el viento sopla un vacío extraño y su trémulo viaje se incrusta en el paso de un tiempo lejano.

Sin remedio, escribo tu nombre sobre la húmeda noche, puedo respirar tu aliento en el suspiro de la soledad, logro recoger tus caricias en el abrazo intenso del recuerdo, acompaño mi nostalgia con lágrimas regadas en la alfombra de mi memoria, escucho tu voz en el suave canto de la lluvia y una humilde piedad me permite soñar contigo.

Trato de impregnar una plegaria en la caravana de mi tristeza, una colina de melancolía atropella mi enfado y te sigo retratando en la vereda de lo incierto, mi pensamiento navega en la balada de tu sonrisa, mi alma recita versos en la orilla de tu ausencia y la caída se hace más humana al despertar.

Es invierno, lo sé, y aún te espero al pie de un candil que ilumina la sombras de un viejo piano y despierta su melodía, las hojas han dejado de caer, las aves surcan fronteras hacia un próspero cielo, el viento exhala un amable brote de sosiego y tú sigues sin llegar... no tardes, el invierno se aleja.

JURAMENTO

Juro por usted señora recoger cada mañana las semillas frescas y luminosas del sol para sembrar su belleza en un verano que aún sufre su ausencia, quisiera entonces, entorpecer la marcha de las nubes y construir un copioso horizonte en donde perfile su presencia.

Podríamos hablar de amor frente a una playa desolada en donde sus cabellos se alboroten con un viento acogedor y apacible, sepa usted que es uno de mis pensamientos, navegar en el laberinto de sus aguas y perder la brújula de la razón.

Pero cuente conmigo señora, cuando las apariencias caigan y naufrague sin máscaras por el mundo, entienda la libertad de nuestras sábanas y la locura de nuestras miradas, no refugie su pasión en oníricos sueños aplastantes del presente.

No intento invadir su espacio, ni cubrir de otoño su primavera, pero sí, quisiera sucumbir en su tiempo de rosas relajadas, aspirar su aliento de topacio y menta, y guardarlo para una noche sin suspiro y alejada de vida.

Propongo un brindis a orillas de un instante perpetuo, en donde sus labios reciban como gotas de rocío las lágrimas de mi vino, en donde una caricia infinita quede plasmada en el lado más urgente de nuestros cuerpos.

Juro por usted señora ser menos razonable con mis intenciones, más atrevido en mis pasiones, soñar más con los mares, tomar más vino, ser más libre en los ratos de urgencia y volverme un naufrago para llegar hasta su deriva.

POEMA A TU DESCRIPCION

Tenía miedo a escribir y no encontrar las palabras precisas para describirte, hurgando en mi endeble memoria pude hallar el mejor retazo de tu existencia y propuse al pincel de mis ideas estructurar el más sencillo poema que tu persona pudiera admirar.

Traté de iniciar mi escritura por abordar el perfecto tema de tus ojos, aquellas fuentes de pureza en donde anclan las luces de lo divino y reflejan sin reparar la soberanía de mi asombro y es que, a cada momento, quisiera perderme en el navío de tu mirada.

Seguí conquistando la rima y la prosa hasta que llegué al envolvente mundo de tus labios, una verdad delicada, orientada a embelesar cualquier copa de nostalgia y hacer beber gota a gota el manantial de tu frágil inocencia.

Retrasé preámbulos de estéticas literarias y aposté por alumbrar con estrellas de candidez los flancos de tus mejillas bañados de terciopelo y linaje majestuoso, orillas de reposo en donde descansan la tranquilidad y contemplación de mis horas que me anuncian cada minuto un espejismo de ilusión.

Continuaba mi trabajo poético y las metáforas encarcelaban cada vez más la libertad de mi pluma, sin embargo, proseguí y logré atender la autonomía de tus cabellos, aquellos halos danzantes que se confunden en la extrema armonía de un viejo mar y el fulgor de su brisa.

Y es que respirar aquella fragancia crepuscular, conjugada con una extraña sombra de primavera, hacia prevalecer el encanto de una naturaleza escondida entre nimbos y cánticos de algún sol de febrero.

Volví a caer en el aprisionamiento de la nostalgia y por un momento exploré entre las faldas de la incertidumbre, aquella que te lleva a una tormenta de ilusiones confusas y esperanzas alejadas, supe volver y caminé en el serpentín de la cordura, con mi papel y tu recuerdo en él.

Seguí dibujando frases descabelladas, dormidas en alguna estación otoñal y despertadas en alguna mañana de enero, y pude construir tus manos con ajuares de un cielo sedoso que abrigaba el roce de aves nacientes.

Ahora, seguiré pronunciando discursos de una inspiración encontrada en el velero de los recuerdos, en donde las gaviotas recogen la serenidad de tus días y la ocultan en mi playa, será mas fácil escribir entre fogatas y lunas que iluminan el firmamento de tu existencia.
CONVENIENCIA DEL QUERER

He creído conveniente volver a quererte, pero a quererte con razón, con una magia sin sortilegios ni acertijos por descifrar, sin sábados de bohemia ni semanas de resaca, sin poemas cursis ni canciones de medianoche, sin suspiros hundidos en tu vacía indiferencia, sin un papel en blanco que ya no sabe qué decir, sin lágrimas en los ojos y sin un reloj que desespera por verte otra vez.

Esta vez, he creído conveniente enamorarme yo de ti y no esperar que tú lo hagas de mí. Si lo logro, buscaré tus defectos para tener una excusa, descubriré tus miedos y temores para enseñarles a pelear, llegaré a tus rencores y los haré besar con tu olvido, conversaré más con tus sueños y dejaré lo onírico al viento, convertiré tu mal humor en el goce de una flor, envolveré tu llanto en sosiego equilibrado entre la luna y el sol, vestiré tus penas con la alegría del alba y discutiremos cada noche para darle más razón a la mía.
Entonces, he creído conveniente alejarme de todo lo monótono y rutinario, dejar de lado aquella angustia por una mirada tuya, aquél sentido culposo de no ser lo que esperabas, aquella soledad que aprisionaba cuando decías no, aquélla efímera sonrisa por unas migajas de ilusión y aquél golpe de lo incierto por un simple recuerdo. Ahora, he abandonado esa “sin” razón y con ella será menos duro y más fácil volver a quererte.

domingo, 11 de mayo de 2008


Qué me pasa, doctor Freud

Ya era de noche. Las estrellas se veían pesadas. El aire explotaba en una ira avasalladora y el cielo se movía entre las cejas de una luna cansada, vieja y oscura. Él reposaba en el diván, atento al viaje interno de su mente, a las caricias de los demonios que poco a poco lo llevaban a la verdad sobre sí mismo. La oficina era impecable, con el olor majestuoso y docto de la biblioteca borgeana que se levantaba ante sus ojos. Él siempre creyó que cada persona debería poderse identificar como un libro; como una historia inventada; como un cuento entre gnomos y ogros, entre flores y bosques con lobos feroces, pero siempre un buen libro.
La ventana daba a la calle, a esa realidad que, como él decía, era inventada como el tiempo, la vida y la misma idea de vivir. El espacio entre la razón y la locura, pensaba, era cuestión de decisión; los segundos, minutos y horas no contaban, pues su tiempo siempre había sido como un círculo cuadrado.
Aquella tarde llegó un poco retrasado, el velo de las horas nocturnas se asomaba ya como el cómplice infaltable y seguro, como el invitado especial y el duro crítico de un film épico. El doctor le esperaba con una mirada amable, que Camilo respondió con una sonrisa al vacío. Era como si aún no hubiese despertado y siguiera vagando en sus sueños, pues, casi mecánicamente, estiró su mano, escogió su silla y se sentó justo frente al estudioso y analítico terapeuta. Este lo invitó enseguida a recostarse en el diván.
–La mente siempre guarda recuerdos, temores y miedos de nuestra vida –explicaba pausadamente– que normalmente no los hacemos acto en un estado consciente, y una de las maneras de sacarlos a flote es a través de los sueños. Allí liberamos a nuestro inconsciente y podemos prolongar, continuar o ver concretadas cada una de las acciones. Ahora –y lo miró fijamente–, tú serás quien se interne en esa ciudadela fantástica de tu mente; me vas a contar todo lo que ves y sientes. No tengas miedo, piensa que eres como un músico que trata de hallar su mejor melodía, y se sumerge en su mágico instrumento para llegar a ella, encontrando en cada exploración la armonía y ritmo que construirán su anhelo.
Camilo, seguía observando fijamente aquel universo dibujado y enmarcado en la ventana. Quizás entre nubes, luces, edificios y un viento gélido seria capaz de orquestar la melodía de su mente.
–¿Siempre te gusta ver a través de la ventana o es que hay algo en particular en ella?
–El unicornio se acerca –respondió Camilo–, me envuelve entre sus alas, pero un extraño frío me abraza y me traslada a un viaje perdido y desconocido. Ella vuelve de nuevo, se recuesta en mi orilla más dubitativa y me sumerge en esta irrealidad que a veces es tan real… No sé qué me pasa doctor.
–Tranquilo, muchacho –interrumpió el terapeuta–. Piensa que tu mente ha estado dormida por un largo tiempo; ahora déjala salir libremente como un ave que busca su mejor estación y quiere sentirse nuevamente viva. Cuéntame qué sueñas, qué ves.
Su rostro se llenó de congoja, como una herida que vuelve a llorar después de haber cicatrizado, Camilo tragó saliva y con voz entre cortada explicó
–Veo una alfombra de cardos que se extiende en mi camino, me cierra el paso. Quiero volver atrás, pero tengo miedo. Un cielo azul ungido entre dianas y poemas es asaltado por una tormenta de ideas falsas, una enorme torre, vestida de luto, apelmaza mi mundo, pequeño, incomprendido y confundido.
Camilo apretó los labios como conteniendo el llanto. El doctor se tomó el mentón y manifestó un ligero asombro; todo ello le resultaba algo muy particular, tal vez estridente. Lo anotó en su libreta y nuevamente interrogó:
–¿Cómo aparecen la alfombra, la tormenta, la torre? Tal vez puedas describir cómo están o quienes son.
La distancia se volvía más corta y en la mente de Camilo se presentaba como una secuencia fotográfica, un tanto borrosa y confusa.
–Sólo vuelven, flotan en mis sueños o quizás es ésta mi realidad. Me visitan cada noche, en cada momento, a cada paso, en cada pensamiento. Los tengo ahí, a mi lado, como sombras que vagan y no encuentran su identidad, su cuerpo o su imagen.
–Estas sombras, ¿te guían hacia algún lugar?, ¿adónde te llevan o viajas con ellas?
Por unos segundos, Camilo se involucró en sí mismo, observando detenidamente la magia nocturna y sus habitantes. Recordó sus paseos a la orilla de una playa bajo la luna, arrullada por el canto unísono de sirenas que nadaban en el vientre de las aguas, aunque una extraña visión lo desvió de este camino.
–Las veo siempre –contestó algo nervioso–, en mi jardín, en mi ventana, en la calle, en los colores, en las formas. Despiertan conmigo, me siguen y no puedo controlarlas. Creo que ya son parte de mí, ya no puedo más doctor.
Su cara se llenó de amargura, como maldiciendo aquella interrupción y tratando de retomar su camino. Las lágrimas en sus ojos hacían pensar al doctor en una tormentosa remembranza para Camilo.
–Las sombras –insistió-, ¿te llevan a algún lugar en especial?
Un viento húmedo penetró en la oficina, los ojos de Camilo quedaron prendidos en un cuadro profundo, en el cual se pintaba la frescura de un bosque solitario, pero mecido entre los brazos del sosiego y la ternura, acariciado por el aliento de sus campos de heno, bañado por sus riachuelos y perfumado de jazmines. Justo en medio un ángel extendía sus prominentes y luminosas alas para cobijar con su luz la inocencia de dos niños. Camilo precisó:
–Casi siempre recorro un espacio que en algún momento he visitado, pero no lo recuerdo. Sólo sé que hay encrucijadas, con avenidas, con intersecciones, pero sin hombres. Me siento solo- –Camilo movía su cabeza de un lado a otro, intranquilo, preso de la desesperación y el duelo, sus manos sujetaban con fuerza una imagen difusa, pero a la que se aferraba con devoción y fe.
–¿Y qué más ves?, Cuéntame, no te detengas; recuerda que eres un ave y quieres ser libre.
De pronto Camilo se vio internado en un pantanoso lugar, extenso, confuso y hosco, y al hacerlo se abrazó a sí mismo, recogiendo sus piernas en el diván
–Aquí hace un frío viejo –dijo con tono desvanecido–, que duele y me encierra en nostalgia. Me siento en una vereda, repaso el tiempo, pero parece que nunca ha pasado nada. Todo parece eterno, inmortal, sin edad. Sus hierbas son toscas, se levantan entre los árboles y forman inmensos túneles tenebrosos e intransitables por la memoria –empezó a sudar.
–¿Y por qué dices la memoria?, ¿Tienes algún recuerdo de esos túneles?, ¿Has entrado en ellos?
–Sé que he estado ahí –respondió–, quizás en algún paseo. No entiendo, pero a veces siento que sin abrir una puerta o ventana ya me encuentro lejos y conozco todo. Aquellos túneles se reproducen, son profundos, encierran cantos, dolores, promesas y esperanzas que quedaron flotando en el limbo de alguna indiferencia. Pero huyo de ahí, porque todo es confuso.
–Dijiste que en aquel lugar no hay personas, ¿qué hay entonces?
Sólo me interno y percibo un mundo horizontal, subterráneo, con nombres, números y una plaza quieta en donde gira ella. No la veo pero la siento, me vigila.
–¿Y quién es ella? –Precisó el Doctor–. Sólo te pido un viaje más específico en tus recuerdos. Descríbeme cómo es ella, cómo sabes que te observa, explícame tu sensación. ¿Qué sientes?
La imagen del ángel volvió a Camilo, no quería apartarse de ese instante, pero una extraña bruma lo apartó de ese momento
–Nunca la he visto, no sé como es. Sólo entra, se instala en las madrugadas de otoño y me sumerge en sus laberintos. Son pesados, sin palabras, con entradas, pero sin salidas, Tengo imágenes difusas, hace frío. –La congoja invadió a Camilo.
–¿Qué es lo que más recuerdas de tu infancia, de tus juegos, de tus padres, tus amigos? Vamos, no tengas miedo; recuerda que quieres ser un ave libre.
En su expresión hubo una transición de ternura, como una tregua en la confusión.
–Ahí no estaba ella. Yo juego solo, en un jardín lleno de flores, colores y un sol radiante, el cielo claro. Siento que mi madre entra a mi cuarto, me abraza, me acaricia, me da un beso y estoy tranquilo.
–Muy bien, Camilo, pero aún no me has dicho nada de tu padre. Háblame de él, ¿cómo era? –En ese instante, un profundo e infinito suspiro atrapó a esa atmósfera densa y melancólica. Quizás Camilo sólo deseaba extender aquella lucha entre su presente y su pasado.
–Es lo mismo. Yo sabía que estaba ahí, pero nunca lo veía.
–Parece que el sentimiento de ausencia es muy recurrente en tu vida, Camilo –atinó a decir el doctor–. Los recuerdos de tu padre están vagando sin encontrar un punto que te proporcione algún sentido a tu vacío. ¿Cómo reemplazaste la ausencia de tu padre? ¿Y tus amigos?, ¿cómo fue tu relación con ellos?
Camilo sintió que el peso de la sombra se difuminó otra vez. Por un momento escuchó una melodía suave, como el sonido de un arpa acompañado por un coro celestial que retumbaba en aquellos bosques por donde había andado de excursión con sus amigos.
–Me has dicho que te gustaba escribir historias. Dime, ¿sobre qué escribías? ¿De qué hablaban tus historias?
La voz de Camilo se apagó, como el silbido de un jilguero en una tarde de aguacero. Respiraba intranquilo, como tratando de evadir la visita a este capítulo intransitable de su vida. El doctor acercó un poco más su silla.
–El amor lo conocí en invierno, su nombre quedó tatuado en el sudor de mi ventana, y conocí un universo distinto sin rutina ni cansancio. Esta mujer es diferente, sueña y suspira, me enseña a atrapar la naturaleza entre rosas y gaviotas, me hace volar en un azul profundo, su entereza mágica me hizo plasmarla en poesía y canciones, pues sólo los poetas decimos las cosas bonitas del alma. Pero ahora es una inspiración desconocida, es como ella, como cuando llega en las madrugadas… la extraño.
–¿Qué pasó con aquella mujer? ¿Dónde está ella ahora?
El rostro de Camilo se inundó de lágrimas y era inevitable ver el vacío de su alma.
–Ya no la veo. El tiempo se volvió como un círculo cuadrado. Volteó su mirada y su cuerpo cayó. Pero estaba sola, sentí su frío denso y fuerte.
–Entonces, Camilo, esos recuerdos, el de tu padre y el de la chica son los que te llevan a la presencia de esa mujer –quiso precisar el doctor.
–Sí, creo que sí –asintió Camilo–. Es como sentir el abismo de una distancia extrema, y no sé si estoy aquí o allá, y estoy sólo, con una niebla espesa, y las voces me llaman incansablemente; hay mucho ruido y ya no puedo escapar. Ella está ahí siempre. Por favor, doctor, dígame qué me pasa…
–No te preocupes, Camilo, poco a poco vencerás y enfrentarás tus miedos. Deseas volver a los instantes más felices de tu infancia; sin embargo tu regresión te devuelve los más difíciles. Tu inconsciente refleja evidentemente tus temores, y estos dan cuenta de tu inseguridad y no permiten que seas libre.
Las agujas del reloj giraban de modo despiadado, como si tan sólo quisieran despojarse de aquel tiempo inútil y desesperanzador. El húmedo frío circundó el diván de Camilo.
–Tus visiones se enfrentan y tu instinto de muerte vence a tu instinto de vida. Aparecen fantasmas y realidades oníricas. La ausencia de tu padre aún es muy fuerte para ti, pero lo superaste con el arte y el amor, lo que te otorgó identidad y seguridad en ti mismo, pero ella se alejó de golpe y aún no te recuperas de un segundo trauma. El sentido destructivo te lleva a plasmar esa carencia y ansiedad en palabras que te trasladan y sumen tu inconsciente en el pasaje más oscuro de tu vida. Ahora escúchame, Camilo: cuando suene los dedos, te despertarás tranquilo y muy despacio de este viaje interior. No te preocupes, estarás bien, poco a poco recuperaremos la libertad de tu mente.
Fue el ruido más extraño de toda su vida, un despertar agitado. Estaba en su cama, abrazado entre sabanas y con una mirada perdida; un canto extraño, profundo y oscuro llamó su atención, las voces se hicieron cada vez más confusas, terribles y dolorosas.
Se incorporó con facilidad, sus pasos se tornaron ligeros. Lentamente se internó en una sala casi a oscuras. Con dificultad atisbó un grupo de gente vestida de negro, cada una con una vela en la mano, en círculo. Se acercó casi sin saber por qué, con asombro, impaciencia y temor; el cántico repetitivo desgarró su angustia, su rostro se llenó de incertidumbre y se abrieron surcos de desesperanza cuando se vio frente a un cajón negro con él, vestido con su terno gris, adentro.

“El hombre nace con su muerte, su muerte esta con él.
Es la conjunción y quizás sí la esencia misma de la vida.
El destino del hombre se cumple si muere de su muerte”
J.C. Mariátegui
EL RUEDO DE LA MUERTE

La lluvia caía lenta y flemática. Su humedad lánguida abatía de sobremanera cada recodo de la tarde y su bruma trémula se agitaba en oscura palpitación. Tal vez, aquel inventario de sensaciones tenues, pero estrepitosas, recitaba una inminente presencia sombría en la hora donde el sol apagaba su estación y se hundía en el magro manto de un horizonte frío y melancólico. Un inquietante gemido de compasión hizo detener el andar del cielo, era como escuchar el clamar tísico de un alma postergada por la agonía. La pequeña hendidura que se abría en aquel cubo de madera que lo aprisionaba, lo mostraba desparramado y casi inerte, allí se sentía un vacío húmero y mortuorio, como el féretro de la misma muerte

Respiraba intranquilo, cansado y temeroso, sus latidos ahogaban su llanto, el dolor era el demonio más perpetuo de sus miedos. Sus ojos estaban hundidos entre la desesperanza y el horror, ya no miraban más, sólo expresaban la destrucción de la razón y sensatez humana que habían caído sobre él.

Quizás, ahora su mirada, recorría vivencias estancadas en un tiempo lejano, en donde los campos eran su guarida y paraíso, en donde las flores pintaban sus amaneceres, los pájaros cantaban sus sueños y el viento hacia más libre su libertad.

Aquella noche, las hojas caían frente a su ventana, una frontera que separaba la angustia por vivir y no querer morir, eran amarillas y se deshacían lentamente con el andar del otoño, su fragilidad volaba entre las espesas nubes de un cielo que clamaba por su tranquilidad. .

Afuera, se montaba pausadamente el escenario más cruento y cruel, el itinerario más tenebroso y letal, el cadalso más irracional y salvaje, el patíbulo más humano y aberrante. Sí el más humano, porque los hombres son los únicos en destruirse con inteligencia, sabiduría, sarcasmo y melancolía. Durante dos días lo habían castigado cruelmente, a oscuras y sin darle nada de beber, taparon sus fosas nasales con algodón para dificultarle la respiración, untaron con grasa sus ojos para dificultar su visión y hacer su humillación más perversa, le colgaron pesados sacos de arena en su cuello y quemaron con aceite cada una de sus extremidades. Él, lloraba por dentro, mientras columbraba un espacio despojado de la misericordia y consideración.

Las horas transcurren, el tiempo no se detiene y su corazón se sumerge en intensa agonía, sin embargo su mente continúa viajando por aquel espacio lleno de sosiego, de donde fue arrebatado y arrancado por manos extrañas y malditas, fue despojado del lado de sus seres y de sus caminatas con ellos, con quienes en cada despertar podían acariciar la ternura de la primavera, veían brotar el color de sus jardines, olían el perfume, casi divino, de sus estaciones, sentían que la naturaleza les hablaba y conversaban con los árboles entre sombra y sombra.

En ese, su suelo, pudo entender el idilio entre los ríos y el sol, vio cómo su reflejo quedaba retratado en cada orilla y cómo su calor alegraba el danzar de sus peces, contemplaba cómo las aguas bañaban su cuerpo tibio después de amar en plenitud las hierbas de los bosques.

La luna se va escondiendo, el frío empieza a trepar como gangrena y se introduce como un parásito en su debilitada osamenta, los temblores de su cuerpo son evidentes, apenas si se puede mantener en pie, la sal carcome sin piedad su respiración y extiende el sufrimiento. Los garrotes de la noche anterior, cayeron como una demolición perpetua en su ya cadavérica existencia, destrozaron sus riñones como las aves de rapiña lo hacen con sus presas, los azotes frenaron sus ilusiones y asesinaron aquella dignidad negada y desconocida por el ser humano.

Lentamente levanta su cabeza, violentada por la estupidez humana, mira fijamente cómo el alba va tejiendo su velo, húmedo y nefasto, se agacha y reposa su observación en su torturado ser, mutilado de voluntad y libertad, en sus oídos aún suenan las condenas e insultos de los otros condenados, afanosos de un rito sádico, pero muy humano.

El reloj, poco a poco marca la hora fúnebre, él sabe que el momento está cerca, puede sentir cómo la muerte arrastra sus cadenas y entiende que el escalofriante amanecer ha enredado el vuelo de sus aves. Ya no tiene prisa en vivir, sólo medita por unos segundos para hallar respuestas a los acertijos de este mundo, aún se pregunta si Dios sigue equivocado por continuar con su creación, si existe arrepentimiento por enviar al hombre y si es posible descender a algo menos.

Las puertas se abren, la luz del dia ingresa como un filoso cuchillo, lo enceguece y muestra una vacía presencia. Los carcelarios entran y no dudan en golpear para levantarlo, él se esfuerza por hacerlo, pero cae y es azotado sin paciencia. Lo atan y lo colocan en el sitio por donde deberá salir para satisfacer la inferioridad del hombre.

La fiesta ha llegado, el banquete de la tortura y la sangre despierta regocijo en los asistentes. Sus voces se confunden entre gritos, cánticos y vivas a la muerte, al espectáculo abominable y lúgubre, a la feroz condena de sentirse hombres.

La gente estalla en aplausos y la euforia despierta sus resentimientos, él salta al infierno, se enfrenta cara a cara con la diversión, locura y trastorno humano. El hombre propone un baile circular, con elegancia y sutileza, está seguro, pues armas no le faltan, la espada, la capa y su agilidad cansan a su victima, que ensordece por el griterío, no halla espacio para morir y terminar con su amargura. Las palmas rompen en ansias y exigen al victimario proponer un sufrimiento más oscuro, mientras tanto, lentamente él va cediendo, sus últimas fuerzas ya no le acompañan, a lo lejos ve una imagen difusa que lo invita a prolongar su congoja, ella se acerca cautelosamente y clava la primera estocada en su espalda, la gente enloquece y se confunde entre abrazos, el hombre limpia serenamente el sudor de su rostro que resbala ferozmente como la sangre de su victima que cae como lagrima negra en los ojos de Dios.

Su mirada se ve perdida en esa atmósfera pantanosa, en esa ciénaga que arroja llamas de fuego y enciende el espíritu más despiadado, su andar se vuelve pausado, sin rumbo, se siente vagando en un trémulo viaje a lo desconocido e incierto. El suspiro se aleja y sus ojos se sumergen en el llanto más desgarrador, cuando siente, sin piedad, la fatídica estocada en su cuello, las lagrimas surcan por su rostro que lanza un alarido de clemencia y compasión, la caída se torna suave, y en ella atisba una especie de complacencia, del averno al cielo, llega a comprender que el peor castigo del hombre es ser hombre, y que tal vez son alguna confusión en los sueños de un Dios.

Todo se ve consumado, su cabeza choca con el piso y levanta una inmensa cortina de arena, el hombre es aplaudido y arrullado por la insaciable masa que lo alza en hombros y lo pasea como un héroe épico. A la distancia, observa su trofeo tendido en un mar de sangre, que fue atropellado por la crueldad del hombre, caído en el vejamen y por la idea desesperada de aferrarse a una utópica inmortalidad humana.

“La grandeza de una nación y su progreso moral se miden por el trato que dan a los animales” Mahatma Gandhi



jueves, 8 de mayo de 2008