viernes, 7 de mayo de 2010

GRACIAS, MADRE

Mi relación con las celebraciones rimbombantes y saludos por compromiso se puede comparar al odio que siento por quienes maltratan a los animales. Sin embargo, si hay una persona a quien debo expresarle mi admiración, homenajearle su espíritu combativo y recordarle mi profundo agradecimiento es a mi madre. Siempre he sido enemigo de esa hipócrita idea de acordarnos de las personas sólo en sus cumpleaños, porque ampliaron la familia, en navidad o porque no tuviste nada que hacer. Pero con el respeto de todos, no puedo dejar de escribir estas líneas.

Sin embargo, lo más triste de todo este asunto es la indiferencia y postergación del cariño hacia ese ser que no sólo te dio la vida, sino también te ayudó y te ayuda a llevarla. Y aquí me refiero a algo muy puntual, así como la madre no tiene la obligación de amar a los hijos, tampoco los hijos la tienen, tal vez pueda caer en un reduccionismo, pero ese sentimiento es espontáneo, libre y muy propio.

Digo esto porque también es necesario entender el sentido completo de la palabra madre, pues no sólo se trata de parir, porque si no te quiere, tendrás aseguradas largas sesiones con tu psicoanalista o simplemente tu inconsciente te traicionará y ello lo vemos día a día en las noticias. O sea que es mentira eso que nos dicen o nos hacen creer: “sea como sea es tu madre”, “compréndela, tu padre la abandonó”, no pues, hay muchas mujeres que han cargado con la miseria, dormido con una sola comida y soñado con lo mejor para sus hijos.

Empecé a admirar a mi madre desde que tengo uso de razón, tal vez un poco antes, como para no defraudar a Freud. Ella siempre me enseñó el camino para ser verdadera persona. Me alejó de lo burdo y superfluo, se preocupó en hacerme pensar con razón y lógica, aunque renegaba cuando las utilizaba en nuestras discusiones. Me dictó su cátedra de cómo enfrentar la vida y no morir en el intento, me otorgó la sensatez de un pensamiento Nietzscheano “no obedecer a la necesidad, si no decidir qué es necesario”. Alegró mis preocupaciones con su optimismo, aquel que aún no consigo emularlo, ni siquiera conseguirlo.

Y pensar que casi siempre, por no decir siempre, los hijos asumimos que sólo debemos vivir nuestras preocupaciones y nuestro mundo, cuando hay alguien que siempre estará pendiente de nosotros, así nunca tengamos, o simplemente no nos demos el tiempo necesario, para decirle lo importante y dichoso que nos hace el que esté con nosotros.

Debo reconocer que la ingratitud es una de las partes fundamentales del ser humano, sin embargo mi madre me demostró todo lo contrario, siempre estuvo pendiente de mi abuela, aquella viejita bonachona a quien no pude disfrutarla como hubiese querido, pero que gracias a ella entendí desde muy niño la real convivencia entre los animales y el hombre.

Gracias madre por estar aún conmigo. Gracias por hacerme la persona que soy, por educarme con sueños, pero nunca alejado de la realidad. Gracias por heredar tu carácter, sí, aquel que no aguanta pulgas y mucho menos a los pobres diablos. Gracias por enseñarme a admirar a las mujeres. Gracias por tener las palabras exactas y hacer que todo sea preciso. Gracias por hablarme sin restricciones y saber que no debo pasar la página sin concluir algo. Gracias por esa sonrisa, por esa lágrima y ese gesto en cada estupidez que hice, hago o dejo de hacer. Gracias por ser tu hijo y gracias por estar siempre al otro lado del teléfono cuando te quiero decir: Gracias


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