martes, 1 de junio de 2010

PROHIBIDO ENFERMARSE


Si usted amigo lector se encuentra ojeando o leyendo este texto, tal vez se imaginará, por su título, de lo que puede tratar. O, quizá, ya lo adivinó y se le vienen a la mente diversas experiencias, propias o ajenas, que lo han hecho, al igual que yo, preguntarse en qué momento dejará de seguir jodiéndose el Perú.

En los últimos días experimenté, una vez más, escalofriantes experiencias en el tema de la atención en nuestro muy “sui géneris” sistema de salud. Un familiar cercano sufrió la fractura de su pie derecho, el hueso había traspasado la piel, el dolor era tan intenso que por un momento ya no lo sentía, además de ello, la accidentada tiene 6 meses de gestación, es decir, aparte de su cuerpo, su alma se encuentra hecha añicos.

De inmediato, la familia, muy preocupada, la derivó a un “huesero”, sí, esos que con cartel pintado con plumón a medio teñir y confeccionado en hoja bond, aseguran ser los promotores de tu felicidad, con un empujoncito al hueso y su frotación con chuchuhuasi. Sin embargo, lo que sucedió era previsible: complicaron más la situación.

Pero, es en este punto donde quisiera ahondar un poco más, pues resulta miserable ver la desconfianza de las personas en su propio sistema de salud. O usted cree que esa fe a los “hueseros” es por sus excelentes resultados o erudito conocimiento del tema. No pues, es preferible elegirlos antes de enfrentar los gritos de una enfermera obesa y menopáusica, el “peloteo” criollo de los vigilantes y la indiferencia por el dolor de parte de los médicos, asistentes y practicantes.

Quizá esté generalizando, y es verdad, no todos actúan de esta manera tan ruin y baja. Sin embargo, indigna seguir hablando de acciones que diariamente nos borran como sociedad, país o lo que sea que queramos ser. Continuando con la desgracia, lo más inaudito fue la prolongación de la operación por parte de los señores del Hospital Daniel Alcides Carrión, imagínese si eso le sucede a un asegurado. Entonces, es de temer que alguien, de los alrededores de la ciudad, llegue con un cuadro de peritonitis, con rumores de septicemia.

Ante esta situación, la pareja de la víctima debió acudir a la única manera de existir y de vivir en el Perú. ¡Adivinaron!, “la vara”, herramienta precisa para ocupar altos cargos, adueñarse de tierras, conseguir altas remuneraciones y hacerte intocable ante la justicia. A Dios gracias, su hermana trabaja en el Hospital Sabogal y conoce al Director, razones suficientes para que en media hora, una ambulancia esté en las afueras del otro nosocomio, presta a trasladarla, operarla y brindarle el mejor servicio.

Y así fue. En menos de 48 horas la persona lesionada fue operada y dada de alta con todas las recomendaciones del caso. Obviamente quien tenga a algún conocido de estas dimensiones no debe sentirse culpable, pues la idea es evitar mayores complicaciones. Sin embargo, la crítica se orienta al vacío humano existente. Insisto, hasta cuándo dejaremos de ser una masa superflua para transformarnos en algo de verdad, cuándo desterraremos ese proceder tan cacaseno y empezamos a pensar como un grupo con proyectos e ideas inclusivos. Como pinta el panorama, nunca, y continuaremos con gobiernos y presidentes que contratan portátiles y trasladan enfermos de otros hospitales para una rimbombante inauguración de centros hospitalarios desentendidos del verdadero trabajo social.

Entiendo que el tema también va por la informalidad y la voraz competencia del mercado. En el Perú, la mayoría de micro o pequeñas empresas no otorgan un seguro de salud, a lo mucho paga la Remuneración Mínima Vital, promete el pronto ingreso a planilla y a sobrevivir como Dios manda. Sin embargo, las políticas de salud, no sólo de este, sino también de gobiernos anteriores, andan en sala de emergencia y la esperanza del peruano camina con respirador artificial.

El tema es muy delicado, pues sumado a la falta de medios económicos y de un seguro de salud, aparece la corrupción como leit motiv en las diferentes instituciones, y en la de salud es más aguda y desesperante. Para nadie resulta desconocida esta novela. Cada día la prensa nos relata casos de ancianos con amputaciones equivocadas de sus piernas, nos muestra imágenes de partos en los baños de los mismos hospitales, nos cuenta cómo se apaga la vida de niños porque le inyectaron mal un medicamento o porque simplemente tenían que estar “fríos” para poder atenderlos.

Sin embargo, no podemos decir que esto sólo sucede aquí, la miseria humana está en todas partes, pero si somos un país a quien el FMI lo ha felicitado por sus adecuadas políticas económicas; el BID le financia proyectos de desarrollo; el mercado internacional lo coloca como un país modelo para las inversiones; las firmas de TLCs son una constante y tenemos un presidente que dice: “los únicos que no cambian son Dios y los animales” entonces ¿por qué no se reorientan las políticas de fiscalización? ¿por qué no se emprende una verdadera lucha contra esta lacra enquistada?

La respuesta es muy sencilla. La solución pasa por el factor humano. Desgraciadamente el ser humano tampoco cambia, como diría uno de los personajes de la novela “Los Geniecillos Dominicales” de Julio Ramón Ribeyro: “los vicios no se vencen, se sustituyen”, y el vicio del hombre es su total involución.

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