viernes, 28 de enero de 2011

PERSONAJES FALACES

Un hombre pequeño
Carlos Asco nació en la indiferente provincia de La Tortilla, departamento de Pluma Pluma, a orillas del río Crema Volteada. Desde muy niño dio muestras de su agudo complejo de inferioridad, de su tenaz persecución hacia lo escandaloso, de su inconmensurable entrega a lo superfluo y de su casi casi carácter misógino.

Su madre, había notado en él una cierta displicencia al momento de socializar con personas del sexo opuesto. Carlitos sólo se acercaba a ellas para jugar con sus muñecas, a la comidita y a la estrella de televisión. Sin embargo, siempre dio luces de su temperamento de cachaco borracho contra quienes pensaban diferente a él, de su metástasis con lo cacaseno, de su incondicional sumisión por quienes babeaba y de su estrechez de caridad hacia el prójimo.

En su colegio, nuestro biografiado personaje, no dudaba en tomar los cabellos de sus compañeros, hacerles piruetas y recomendarles el peinado del mes. Su excusa era la de siempre: “Mil veces es mejor la imagen personal que lo que puedas pensar, si estás a la moda conquistas el mundo”, recalcaba el bífido personaje con su falaz lengua. Pensamientos extravagantes, egoístas, disímiles, disgregados, autistas y vacíos rodeaban frecuentemente la mente del pequeño narcisista.

Existen diversos datos de su vida, algunos sin confirmar, muchos expuestos en los medios, pero hay quienes estiman que su perfil psicológico inspiró al film franco-belga-británico “Mi vida en rosa”.

Pasaron los años, Carlitos fue creciendo con sus taras muy enfundadas, con su odio calibrado contra las mujeres y un sopena de neurosis, sin embargo, él quería ser diferente, una vez más, y decidió estudiar Derecho en una de las mejores universidades limenses. Todos quedaron sorprendidos por tal decisión, pero más que esto, la sorpresa llegó por la carrera elegida: ¿Derecho? Se preguntaron todos. Sí, respondió él, sin mayores remordimientos, quiero luchar por mis derechos y por los de las personas como yo, y también de los olvidados. La masa quedó petrificada ante tal discurso, veían venir la agonía de la arrogancia, el crepúsculo de Narciso, el remordimiento de un Jacobino y la estupidez en su estado puro.

¡No! Gritaron en unísono sus adeptos seguidores, con voz de cenicientas tuberculosas, tú debes seguir tu destino Carlitos, debes hacerle honor a tu apellido y sacar la cara por la diferencia que somos nosotros, pero no desde un aula ni desde un comportamiento intelectual. De pronto, empezó a sonar como un leitmotiv la canción de Alberto Cortez “Un hombre pequeño” aquella que dice: “Es un hombre pequeño, un perfecto diseño de la santa rutina, es un ser resignado a cumplir un horario, un rehén de la envidia. Es un hombre pequeño, de una pequeña vida”

Al escuchar estos versos, Carlitos Asco sintió asco hacia él mismo y de la decisión tan burda que había tomado, chilló como un chivo de leche, tiró los libros al suelo, repartió besos a cuanto hombre vio por las calles y mandó la carrera de Derecho, derechito al carajo y las leyes a una letrina donde se zurraba todos los días.

Fue así que Carlitos inició una nueva vida, un nuevo camino y sólo se entregó para lo único que había nacido: el chisme, el escándalo y la poca cosa. Se codeó con la crema y nata del mundo de la moda, aprendió a ser el peluquero de viejas pituconas sin oficio ni beneficio, aquellas que ponen los cuernos a sus maridos y encima se gastan su dinero porque no saben hacer algo más productivo en sus vidas. Se hizo amigo de gente con poder, pero nunca pudo ser gente. Sin embargo, supo aprovechar la coyuntura, el espíritu y la impronta de un país que huele a mierda y de vez en mes le salpican alguno que otro desodorizante.

Pero Carlitos quería más, necesitaba saber que todo el mundo lo veía y lo admiraba, sus complejos requerían del exhibicionismo barato, sus frustraciones de la mofa hacia el dolor ajeno, su inconsciente de un país de bolsillo y su ego de una masa mundana. Al poco tiempo lo consiguió, debutó en la televisión en los años 90, la década del asco, con un programita de chismes, en donde lo privado era un papel desechable, la moral un prostíbulo, la decencia un mendigo sentado en las salas del SIN y los derechos humanos una rebuznada de Cipriani, o sea una cojudez.

No pasó mucho tiempo para que Carlitos se inmiscuyera y formara parte del aquelarre farandulero. Era convocado para ser crítico de certámenes de belleza, exacto, esos mismos donde la ignorancia destila perfección y sin mayores esfuerzos. Su vida estaba casi realizada como él la había soñado, rodeada de peluqueros aburguesados, en un ambiente de ambiente, con hedor a hipocresía de burdel, con sobresaltos, desmanes, abusos, entripados, encerronas, farras, sangrados nasales y quizá algo más, pero siempre resaltando que él era el mejor, que estaba junto con las ladillas, pero no revuelto. Aseguraba ser la perfección, el ser capaz de enfrentar y derrotar a los intocables de la fauna de espectáculos. En conclusión, un arrogante macho alfa con períodos de Perricholi en celo.

Un buen día, harto de la mierda que ya era el país, Carlitos cogió sus maletas y se largó. Cuando sucedió esto, el Perú descendió porcentajes incalculables en lo referido a taras televisivas, el corral se limpió un poco, porque aún continúa la “señora” a quien le importa un ardite la intimidad de los demás. Pasó el tiempo y las primeras planas de los medios de comunicación locales volcaron una noticia mundial, Carlitos estaba involucrado en un accidente, al parecer había atropellado a una persona y, muy a su estilo, nunca respondió por ella.

Al enterarse de ello, los empresarios se pusieron las pilas y, a través de sus lacayos, pidieron el regreso de Carlitos Asco, la farándula estaba aburrida, las prosti vedettes ya no eran negocio, los ampays ya no daban la hora. Urgía un ser deleznable, con alma de matón de troca, con tufillo a estiércol, que supiera hacer el trabajo sucio y no sienta que es humillado cuando humilla.

Carlitos siempre aprovechó las oportunidades, su promiscuidad lo llevó a poner en aprietos a su familia cuando tenía solo tres añitos. Hablaba como podía y pedía sin restricciones, ordenando, mandando e insultando. Entonces estuvo atento y logró ser el perro faldero de una ex vedette, proclamada la reina del mediodía. Carlitos sabía el significado de ser huele pedos y ser franelero hasta el tuétano. Fue su vitrina a un nuevo mundo, experimentó su primera erección en su fláccida existencia, pero sabía que nada era gratuito. La rubia mujer sabía cuando recurriría a los servicios de este nuevo bufón de barrio.

El tiempo le dio la razón. En menos de lo pensado Carlitos volvió a la pantalla chica, sin embargo algo andaba mal. Su misógino comportamiento hacía temblar a los empresarios. Nadie quería trabajar con él. De pronto, el destino le hizo saber cómo podía terminar si continuaba humillando a la gente. La noticia de la espeluznante muerte de un peluquero farandulero le llegó a tocar hasta el inconsciente. Marco Toño había sido asesinado, al parecer por su propia pareja, un adolescente celoso, furioso y pastrulo. Carlitos no pudo más y lloró como viuda abatida, pero millonaria en el funeral del otro maquillador. Le pidió que no lo dejara. Le preguntó ¿qué haría ahora sin él? Exigió justicia, vendió primeras planas con su desgarrador llanto, su falsa ausencia paternal y su dolor de SS.

Las aguas se calmaron. Los más inocentes pensaron en el cambio de Carlitos. Lo peor estaba por suceder. Nuevamente en la tele, Carlitos llegó como un Pol Pot de Azángaro, como un Capote de acequia, con su insania como alter ego y su tiranía como bandera de guerra. La ignorancia lo aplaudió y reivindicó. Aprobaba sus canalladas, felonías, difamaciones y humillaciones. Carlitos no podía con la idea de no poder ser más mujer que una mujer. Por ello, estampó el pastel de su cumpleaños en la cara de su co-conductora. El hecho mortificó a la mononeuronal dama y renunció al programa donde se ofrecían las disculpas por miles, pero a la rubia señorita ni las migas.

Para esto, Carlitos estaba temblando por lo que se le venía. Hacía tres meses atrás había causado un accidente. Conducía borracho, su vehículo no tenía SOAT y él no conocía el brevete. La víctima atropellada sufrió serias heridas, pero Carlitos nunca quiso asumir su responsabilidad. Se negaba a pagar y proceder como hombre, por obvias razones.

Cuentan por ahí que un buen día, la justicia se hartó de tanto chongo. El Perú se levantó envuelto en dignidad, los órganos judiciales estornudaron el moco de la corrupción, las taras del padrinazgo fugaron a las campañas presidenciales y Carlitos fue detenido. Se le acusa de lesiones graves, conducción en estado de ebriedad y desacato a la autoridad. Quienes lo han visto de cerca dicen que su mirada evoca a un niño de Camboya, sus expresiones grafican las caras del holocausto, su miedo imagina la ley que impera en la cárcel, su silencio grita como el interior de una fosa común y su vida, ¡Vaya vida¡ ya es parte de un penal.

Los conocedores del tema creen que la justicia popular lo quiere encerrado de por vida. Vedettes, conductoras de Tv, empresarios chicheros, cumbiamberos, modelos, pseudo artistas y más mujeres han llegado a la orilla de la horca donde se quemará a la bruja. Los aperitivos se beberán en yardas y el plato de fondo se comerá frío. Carlos, más tranquilo, recuerda la vez en que una vidente le vaticinó que estaría rodeado de hombres, que tendría la justicia de su lado, pues con la misma vara sería medido.