sábado, 27 de febrero de 2010

A MI AMIGO MIGUEL

Miguel López se fue de manera discreta, como solía ser él. Pero se fue en el momento donde los recuerdos se extienden y sólo queda aferrarnos a ellos, en el instante donde la serenidad se agrava y no hay respuesta a nada, y la vida, nuestra efímera vida se extingue como aquella tarde triste en que se escondió.

Y es que la muerte de las personas nos hace asistir a pensamientos discretos sobre la fugacidad de nuestra existencia, a discursos invalorables que no llegaron en su tiempo, y a una orfandad de aliento que se ahoga en el duelo y la melancolía.

Conocí a Miguel en el año 2001, cuando estudiaba en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Piura (UDEP). Aquella noche, era el primer ensayo de quienes conformarían la Peña Criolla de esta casa de estudios. Lo encontré sentado, bendiciendo con su mirada el innato romance que nacía del encuentro entre sus dedos y las cuerdas de su guitarra. Era una caricia rítmica concebida por antonomasia. No necesitaba de amplias metáforas y retóricas musicales para saber lo que nos ofrecería más adelante.

En ese primer encuentro coincidimos en el gusto por escuchar a los baluartes de nuestra música criolla. Y como una suerte de complicidad, él. Willy, Jimmy y yo, evocamos cada uno de los acordes de aquellos valses jaraneros, marineras con sabor a norte y algún bolero panchero que en comparsa con nuestro júbilo nos hizo amar más la música.

Fue el maestro Raúl Lozada quien dirigió este proyecto. Un músico de salón, de estilo docto y talante juvenil. Gracias a él formamos la agrupación “Son Criollos” con jóvenes promesas del nuevo criollismo piurano. Aprendimos las primeras armonías, hilvanadas entre destiempos y silencios; supimos darle cadencia a estacionarias melodías, desterramos sin egoísmo y soberbia el viejo golpe de bohemia, pero sobre todo creamos un itinerario perfecto de sueños que Miguel se atrevió a cruzar.

Y así fue, después de casi un año de tocar juntos, el grupo se disolvió, cada uno decidió tomar su propio camino y Miguel continuó haciendo lo que mejor sabía hacer. Dejó de lado el tundete llorón, el bordoneo clásico y el acompañamiento de callecita de antaño. Logrando escribir cadenciosos versos en cada acorde, recitar compases de nostalgia en cada golpe y derramar estilo y finura cuando recorría el diapasón.

Lo admiré por ello, por dejar en cada tema su impronta musical, por romper con los cánones en una sociedad que rehuye al cambio, por haber hecho de la música la mejor representación de su espíritu, pero más aún por haberme dado su amistad y estar presto siempre ha enseñarnos

Miguel López se fue discretamente, quizás no en la forma como hubiésemos querido, porque la pena es doble. Se fue en el momento donde la resignación y las palabras carecen de sentido, donde el tiempo y el espacio se van de puntillas, donde las explicaciones voltean la cara a la pared y el llanto se dilata. En ese momento donde naufragamos en un mar de dudas y lo único completo es la tristeza.

Miguel, tú te escondiste una tarde de marzo, al alborear; pero en vez de ocultarte riendo estabas triste. Y tu gemelo corazón de esas tardes se ha aburrido de no encontrarte. Y ya cae sombra en el alma. Oye amigo, no tardes en salir.

PD: El escrito está inspirado en el poema de César Vallejo “A mi hermano Miguel” dedicado a su hermano quien falleció y le causó profundo dolor al poeta.

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