sábado, 6 de marzo de 2010

EL OSCAR


No sé si alguna vez lo he mencionado, pero soy un cinéfilo que ha pasado largas noches y madrugadas de su vida viendo películas de todos los géneros, estilos, directores y, por supuesto, de todas las calidades cinematográficas. Sin embargo, nunca me ha interesado la ceremonia de los premios Oscar. No he encontrado motivación para enriquecer mi vinculación con el séptimo arte, no me cautiva la idea de pasar más de dos horas sentado frente a un televisor observando superficialidad, banalidad y egocentrismo desenfrenado

Y es que nadie, con una pizca de criterio, negará todo lo rimbombante que se esconde detrás de este evento. Las damas y caballeros más vale que luzcan sus mejores vestidos y atuendos, de lo contrario serán burla de un pasquín mediático y el raje de un señorito de la moda y, claro, llegará la infelicidad a sus irreales vidas, y quienes suban al podio de la gloria y fama no deben olvidar las nuevas disposiciones de los cretinos de Hollywood: no extenderse por más de 40 segundos para agradecer lo que era previsible y no llorar para quedar bien con la injusticia

Así es Hollywood, frío, hosco, hipócrita y nimio. Un mundo que posterga la fiesta de la imagen estática, anula cualquier educación visual, simplemente por el sentido comercial, glamoroso y extravagante que regala como beneficio diferencial. Amo al cine, sin embargo lo que para estos señores es digno de aplausos y pleitesías, para mí es burdo y vacío.

Pero el Oscar no es vacío por mostrar las flaquezas de una sociedad oligofrénica, la neurosis de personajes cuya realidad supera la ficción o la torpeza de un mundo trucho, construido por el poder del dinero e intereses. Es vacío porque cinematográficamente no aporta nada.

Durante su historia pocas películas premiadas han tenido algo de interesante, particularmente la gran mayoría me han parecido malas, vagas y pésimas. No entiendo por qué nunca Fellini, Eisentein, Bergman, Hitchcock o Wells fueron reconocidos por la mafia de mercantilistas llamada Academia

Obviamente estos premios son otorgados a las producciones más comerciales, masificadas y, en algunos casos, sin ningún control de calidad. Claro, para eso las salas de cine deben estar preñadas de consumidores chatarras, sí, esos que comen sin control la canchita, se inflan de Coca Cola y dejan un muladar el auditorio.

Pregunta ¿Qué pasaría si en los cines proyectaran “Citizen Kane”; “La Naranja Mecánica”; “8 ½”; “Octubre”; “El Hombre elefante” o “La Soga”. Imagino dos cosas, la masa aparecería con un luminoso signo de interrogación en sus rostros o la prensa catalogaría de irracional la iniciativa, colgándose del maldito cliché “hay que darle a la gente lo que quiere”. Por supuesto, hay quienes son felices con Avatar, Chicago o El Señor de los anillos”.

No tengo nada contra aquellos consumidores de este tipo de películas, es más no me interesa que lo sigan haciendo, pero sí me interesa la ausencia de democracia en las salas de cine. Existe una minoría acallada consumidora de cine independiente, clásico y dogmático que es postergada, aislada e ignorada por los admiradores del fiasco.

No lo niego, en ocasiones he consumido cine comercial, sin embargo lo hago por una simple razón de orden crítico; es decir si voy a escribir sobre Dios, no sólo citaré a Nietzsche, Schopenhauer, Diderot o Spinoza, sino también a San Agustín, Santa Teresa de Jesús y la Biblia. Pero entregarle 11 de esos premios a “Titanic” sabiendo que ese film naufragó en su mediocridad cinematográfica, es como premiar a Chemo del Solar por ser sinónimo de éxito.

Es normal toda la expectativa generada por la participación de una producción peruana en esta ceremonia, teniendo en cuenta que el Perú como decía Julio Ramón Ribeyro “es un país con héroes trágicos” además de ser una sociedad con una felicidad reprimida por todos los fracasos políticos, sociales y deportivos vividos. Sin embargo, si “La Teta Asustada” logra ganar un Oscar, bien por ella, obtendrá el beneficio comercial y mercantil que le faltaba

A mi criterio es un film con muchas intenciones y propuestas, pero también con algunos descuidos en lo referido a atmósferas, situaciones y lenguajes, que para quienes somos consumidores de un cine exigente no puede obviarse o dejarse de lado.

Por todo esto, mañana no veré el Oscar, una vez más, prefiero cansar mis ojos con Carl Theodor Deyer, Kurosawa o Chaplin, lo demás siempre me parecerá un tumulto de arrogantes, infectado por la fechoría empresarial y totalmente distante de la posteridad.

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