sábado, 27 de febrero de 2010

EL MATRIMONIO


Hace unos días, mi esposa y yo, conversábamos acerca de este sacramento, festividad, acuerdo, pacto o como quieran llamarlo. El tema surgió a raíz del divorcio de un amigo suyo. Este señor celebraba, ahora sí, su retorno a la fila de los solteros, a pesar de haber tenido una celebración matrimonial rimbombante, al punto de incluir el desfalco financiero de su vida. Sin embargo, la mayor parte de los años de casado transcurrieron entre peleas, botaditas del departamento, maletas hechas entre gallos y medianoche y, por supuesto, con la pregunta de rigor: ¿Por qué demonios me casé?

Entiendo las diferencias surgidas en toda pareja, los problemas de adaptación ante el inicio de una nueva etapa, alejados de papá y mamá y, tal vez, la tolerancia a aquellas situaciones que alguna vez juraron nunca aceptar ni siquiera como broma.

Pero esta historia de telenovela me hizo pensar muchas cosas, como dar crédito, por ejemplo, al dicho popular “el amor es ciego, pero el matrimonio te abre los ojos o, en un sentido más filosófico y atendiendo a San Agustín “casarse está bien, no casarse está mucho mejor”. Por ello, mi respuesta encerró algunos razonamientos 1) LO ABSURDO: el apresuramiento y sentirse obligado son factores determinantes para el fracaso. No entiendo por qué la decisión de casarse sólo por considerar a la otra persona linda y diferente o, peor aún, cuando la mujer queda embarazada, los padres de inmediato los llevan al altar, pero no saben si él la ama o ella quiere abortar. Quizás sean casos extremos, pero nadie negará su actualidad, veracidad y frecuencia

Sin embargo, estos procedimientos me hacen recordar a Nietzsche cuando decía “nos enamoramos del deseo, pero no del objeto deseado”. Por supuesto, y no seamos hipócritas, las personas son motivadas por estridentes deseos y piensan que uno es el dueño y el otro la propiedad, es decir llegan a cosificar a su semejante y humillarlo. Y es más lastimoso decir que no son necesarios un juez o un curita para la llegada de la infidelidad, egoísmo y el juego de los intereses.

Pero diariamente somos testigos de como mucha gente desciende a un nivel cacaseno cuando reclaman los bienes tras firmar el divorcio: ¡Yo quiero la casa! – vocifera uno ¡No es tuya, la compré yo! – responde el otro; ¡encárgate de los niños! – rebuzna el más neurótico, ¡es tu obligación, soy una persona muy ocupada! – argumenta el pobre diablo. Y, claro, los hijos asisten a la función del apresuramiento y la falta de compromiso.

Mi siguiente razonamiento lo centre en 2) EL MACHISMO. Esta sociedad alienta la congestión neuronal, es fatídico escuchar, aunque duela, a muchas damas decir: “no me separo por mis hijos, ya tengo 20 años de casada con mi marido”, me disculparán, pero es lo más estúpido y masoquista que pueda razonar un ser humano. Sin embargo, no me sorprende, hace un tiempo un amigo me comentó lo dicho por una vecina al ser consultada por sus compañeras: Cucha, ¿cómo has hecho para llegar a los 30 años de casada? a lo cual, Cucha muy suelta de huesos y orgullosa respondió - ¡Ay hija, haciéndome la cojuda, pues!, al parecer las mujeres son más machistas que el varón.

Obviamente, con estas conductas, mi relación con el matrimonio es similar como la que tengo con Dios, es decir, con interminables discrepancias, como esta 3) CAMBIO DE ACTITUD. Asumo que el cambio, simbólico, de vida lleve a pensar que la unión o formalización de un vínculo o relación los hará más responsables, maduros o correctos. Acertaron, mentira. Cuando íbamos a ser padres, mi esposa y yo, no pensamos en el matrimonio, bueno, tal vez lo veíamos más postergado que el éxito de la selección peruana de fútbol.

Lo importante, en ese momento, era ahorrar para el parto y esforzarnos más para enfrentar ese presente nada fácil, o creían que el estado civil o la iglesia nos iban a regalar una casa de chocolates como Hansel y Gretel, o que pagarían una cesárea con UCI incluida, no pues, las responsabilidades eran y continúan siendo las mismas, firmando o no un papel. El afecto, cariño y amor no cambian, pues desde un principio tuvimos las cosas claras. O es que sólo los casados pueden soñar y construir una vida próspera.

Luego de exponer estos argumentos, ella me contestó – “Pues sí, tienes razón. Lo interesante es estar siempre unidos y tener las ganas de salir adelante”, sin embargo atisbé que su expresión llevaba un mensaje subliminal, modesto, encubierto y hasta cierto punto psicológico, me quería decir también ¡No hables tantas estupideces y casémonos!

Es normal la preocupación y emoción de los padres por ver a sus hijos casados, sobre todo si es la hija. Sin embargo, para mi hija prefiero un hombre sincero, comprometido, sencillo y alejado de la estupidez, sí, aquella que hace pensar que uno le hace un favor al otro.

Vengo de un hogar bien conformado, de padres con 40 años de casados, en donde el sentido del amor y respeto crece día a día, aclaro esto por si algún psicoanalista quiere centrar el análisis de mis ideas en un supuesto caso de hogar violento, aunque no dudo, analizará el lenguaje. Lo cierto es que mis padres me enseñaron desde muy niño cosas tan simples, que a algunos les cuesta aprender, como son el respeto, el amor, la calidez humana y la honestidad.

Por estas enseñanzas no necesito firmar un papel o recibir la bendición de un “representante de Dios” para respetar y amar a otra persona. Sin embargo, no me gustaría caer en el egoísmo de pareja, pues aunque no crea ni en la democracia ni en la objetividad, debo también ser compresivo.

No tengo nada en contra de quienes han optado por el matrimonio, tengo muchos amigos a un paso del altar, otros ya casados, de ellos espero sus respuestas y argumentos, deseo saber cómo ha cambiado su vida, su rutina, cómo ven el presente y futuro, qué sienten al decir “te presento a mi esposa o esposo” a pesar de que ella y yo también nos presentamos así ante esta prejuiciosa sociedad, en donde nuestra hija crecerá y tal vez se pregunte lo mismo.

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